Gritar, gritar a todo el mundo lo que me pasó, decir que no soy fuerte
ni autosuficiente, llorar y mostrar mis miedos, confesar que soy vulnerable,
necesito que me escuchen, necesito que me cuiden y me quieran, me siento
desvalida, oprimida, viviendo una vida carente de sentido. He vivido ausente de
mi misma, todos estos años, con sonrisa controlada y ojos tristes.
Cada vez que cuento, el que siempre ha sido, mi gran secreto, es como si
me quitara una de mis muchas pieles; mientras dejo que las palabras salgan
desde lo más hondo, sin censura, el sentir vivo de un dolor profundo, mi
corazón se libera y noto una oleada de aire fresco, que reafirma, la necesidad
irracional que tengo, de hablar de ello a todas horas, necesito gritarlo,
expulsar mi verdad, esa verdad que quema mis labios en su lucha por salir.
El efecto inmediato es liberador, pero, mostrar mi desnudez, me hace
sentir tremendamente vulnerable y cuando soy consciente de mi vulnerabilidad,
noto que el suelo se vuelve inestable bajo mis pies. Me inunda el miedo a
sufrir, a que me hagan daño, siento vergüenza de mi propia desnudez.
Inmediatamente después, no se cómo actuar ni como comportarme, me siento
amenazada y los jueces que viven en mi interior, me censuran y castigan
ferozmente. Me saltan todas las alarmas, me estoy mostrando como soy, ¡Peligro!
...
No nos damos cuenta de hasta qué punto la vergüenza, la rabia, el miedo
y la ira, condicionan nuestra vida. Somos esclavos de estos sentimientos, que
se instalan de forma enfermiza en nuestra persona y nos impiden avanzar, porque
somos incapaces de manejarlos, desde un punto de vista racional y coherente.
Vivimos una vida de enfrentamiento constante, siempre alerta, temerosos
de todo. Nos defendemos sin ser atacados o dejamos que los demás nos utilicen
sin poner límites, porque de pequeños, nos sentimos indefensos. Sentimos que
éramos cómplices y llegamos a la conclusión de que lo que nos pasó, era culpa
nuestra. Parece que todo el mundo tiene potestad para mostrar lo que necesita,
hace uso de sus derechos, en cambio, nosotros tenemos que aguantar, contener,
no podemos mostrar nuestra debilidad, tenemos que ser fuertes, aunque no sea
cierto, o tenemos que ser benevolentes y buenos, para justificar o compensar lo
que hicimos, porque éramos culpables, siempre culpables y cómplices de todo lo
que nos pasó.
Es bueno sentir miedo, porque es lo que nos mantiene alerta de los
peligros, es bueno sentir rabia, porque gracias a ella podemos expresar nuestra
inconformidad con algo, es bueno sentir,
lo malo es no saber cómo gestionar estos sentimientos.
Sin darnos cuenta, dejamos que la vergüenza nos encoja, sentimos
vergüenza de mostrarnos tal y como somos, porque en el pasado lo hicimos y nos
censuraron por ello, aprendimos a fingir que éramos de otra manera, aprendimos
a escondernos detrás de una careta que no nos corresponde. Hay situaciones que
nos provocan miedo, precisamente, porque tememos no ser lo suficientemente
buenos o lo suficientemente resolutivos o lo suficientemente lo que sea,
siempre estamos envueltos por ese miedo.
Lo que somos, lo que hacemos, nunca es suficiente. Y así vivimos nuestra
vida, encogidos detrás de una careta que no se corresponde con nuestro
verdadero ser.
Para los demás, soy una persona con las ideas claras, capaz de ser
resolutiva e independiente; que no necesita la aprobación de los demás, porque
es consciente de sus principios y sus valores.
Y por supuesto, no necesita que nadie le diga cómo debe de vivir su
vida. Una mujer que no se achica ante nada, correcta, educada y empática,
fuerte y con carácter… pero, todo eso, no es más que una pose, la realidad es
muy diferente.
Cuando me muestro tal y como soy, esa mujer que aparento, desaparece, se
desintegra, dando lugar a un ser anulado, escondido en un rincón de ese
caparazón, que me ha servido de cobijo y protección frente al mundo.
Pero ahora, que he mostrado mi desnudez, ahora que “me he permitido” ser vulnerable, “me he dejado ir” con lo que todo esto conlleva, -fuera máscaras,
fuera poses…- este nuevo yo, me ha abierto nuevos caminos, me ha acercado más a
los demás, desde el calor y la sinceridad; me ha proporcionado humanidad,
porque, soy como todo el mundo, no soy invencible, siendo vulnerable, me siento
fuerte, porque ahora no tengo que fingir, no hay poses, ni máscaras, estoy
alineada con mi yo más íntimo, lo he escuchado y le he dado validez.
Siento la libertad de ser yo misma. Mi relación con el resto de la gente
ha cambiado, porque mi percepción de la vida también está cambiando. Veo mis
limitaciones, en la frustración que, la actitud de los demás me provoca, cuando
se comportan de manera, que me hacen sentir mal. Utilizo esos momentos de
frustración, para mirar en mi interior, para arreglar lo que aún está roto.
Hoy soy yo en todo momento y por lo tanto, me muestro con mis puntos
fuertes y débiles, me muestro con lo que se, con todo lo que he aprendido y
todo lo que aún me queda por aprender y descubrir. Ahora estoy en una energía y
una vibración diferente, alineada plenamente con el ser que siempre fui y este
sentir, me da fuerza y paz. Mostrarme tal y como soy, desde mi propia verdad
suma en positivo, me alimenta y nutre desde el interior.
Hoy ya no me siento desnuda e indefensa, por enseñar mi vulnerabilidad,
más bien me siento libre, pero es una libertad
que nace de mi interior. He conseguido conectar con el niño que todos
llevamos dentro. Estos meses le he dado voz y le he dejado que se exprese, que
grite, llore, patalee… y con el tiempo, este niño también ha conseguido
calmarse.